Lo miré con atención, observé cada rincón de su anatomía, lo toqué lentamente; quería sentir las texturas que lo adornaban. Lo vi y no me pude resistir: tenía que ser mío. Sabía que, para llevarlo a mi casa, debería hacer algunos sacrificios, aunque, sin duda, valdrían la pena.
Caminé con él, lo miré de reojo; algunas veces me detuve para observarlo mejor, para revisarlo con cuidado y alegría.
Ya ha sido de alguien más -pensé- pero eso me agrada, así sé que ha hecho felices a más personas. Pasaremos buenos momentos, a pesar de que serán sólo algunos días los que estaremos unidos de esa manera. Siempre lo llevaré en mi mente, estoy segura. Acudirá a mi memoria durante alguna conversación, cuando esté sola en mi cuarto, en las comidas familiares y hasta en el viaje de regreso a mi casa... y, si es tan bueno como creo que será, lo evocaré con tanto gusto y cariño, que lo volveré a leer una y mil veces más.
Sí, a leer. Ah, ¿que no te dije que hablaba de un libro?
Sí, a leer. Ah, ¿que no te dije que hablaba de un libro?