Miro por la ventana cómo se mueven las hojas del árbol del vecino. Frío, hace frío y me encanta tocar los bordes de mi piel cuando se encrespa por lo helado de la noche. Huele a lluvia, pero no está lloviendo. Me quedo esperando en la ventana las primeras gotas de la lluvia que su olor anunció desde antes de caer. Nada. No llueve. Ninguna figura se alarga a lo lejos. El aire sigue moviendo el árbol. Silencio. Soledad.
[Por cierto, a veces
es necesario aprovechar el equinoccio
para pedir lo imposible...]