domingo, 21 de noviembre de 2010

Mirar para recordar



Nos desnudamos con el pretexto perfecto, innecesario, pero perfecto: ¡hacía un calor infernal!
Me miraste de frente y tus ojos recorrieron mi cuerpo usando la misma ruta que siguieron después tus manos para sentir mi piel.
Besaste mi espalda con calma, sin pensar en el tiempo, la recorriste con tus labios y con tu lengua juguetona. Me besabas todo el cuerpo como si fuera la última vez, como si no hubiera otro día para hacerlo. Entonces, te detuviste para mirarme bien. Era como si quisieras recordar esa imagen para siempre -yo deseosa de ti- la imagen que traerías a tu mente cuando fueran malos tiempos, cuando faltara alguien en tu cama, cuando no tuvieras a quien querer...

Aquí uno de los textos "sexosos" que alguna vez prometí... espero no haber decepcionado a nadie, si lo hice pues ya qué... jeje.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La loca de la sonrisa


Caminando por la calle encuentro cosas que me sorprenden y que me alegran el día; cosas que no vería si fuera en un carro o en un camión. Y no es que desprecie los viajes sobre llantas, de hecho también me encanta viajar en autobús o carro y ver a la gente desde mi ventana, pero ese no es el punto.
Nada se compara con caminar tranquilamente, sin ningún pendiente, atenta a los ruidos, a la gente, a los olores, a la calle, etc. Ese punto intermedio entre caminar a prisa sin observar y caminar tan lento que no se llega a ningún lado es el punto perfecto.
Camino a la tienda (al oxxo, pero así no se oye muy bien) y observo a la gente. Un chavo barbudo me mira desde la otra acera y, desvergonzadamente, me hace un gesto con la boca, algo vulgar para esta hora del día; una niña grita divertida desde su bicicleta y pasa a mi lado tan rápido que provoca que el aire alborote mi cabello; los autos pasan velozmente por la calle, algunos pitan, otros sólo siguen su rumbo; un perrito callejero corre con la cola entre las patas, al oír el ruido que provoca el bote que estaba oliendo al caer al suelo; una señora algo canosa y vestida extravagantemente, camina hacia mí, por segundos me hace creer que no desviará sus pasos ni un poquito y chocará conmigo, pero no, pasa justo a mi lado y me sonríe con esos dientes pequeños y amarillentos de antigua fumadora.
Yo continúo caminando. Unos metros después sigo contagiada de la felicidad genuina que me mostró esa mujer.
Pensé que estaba loca. Estaba demasiado arreglada, su labial era muy rojo y su mirada no decía mucho. Su sonrisa me convenció de su locura y me contagió su felicidad.
Ahora, yo seré la loca que sonría a algún extraño más y le contagie la alegría de caminar tranquilamente por la calle.
Esta es la parte de caminar que nos beneficia… ¡Qué quema de calorías ni qué nada!