sábado, 24 de abril de 2010

Hoy... y mañana también

...Y entonces, me dan ganas de mandar todo a la mierda y decirle a  esos reprimidos que ya dejen de molestar. Pero me aguanto, porque pienso que no tiene caso discutir con la pared.
Pero ya lo pensé mejor: si me callo porque no tiene caso discutir con la pared, entonces ¿quién es la pared? Creo que aguantarme y callar también es parte del problema.
Por eso, hoy no me voy a callar...
¿Cuál es el problema con... las preferencias sexuales, por ejemplo? Me da igual si a mi vecino(a), mi primo(a), mi amigo(a) o a algún(a) extraño(a) le gustan los penes, los senos, las vaginas o los anos (o todos o ninguno o sólo alguno), porque al final, les guste lo que les guste, seguirán siendo mis vecinos, primos, amigos o desconocidos. Mientras no lo hagan conmigo, me da igual lo que les gusta hacer bajo las sábanas... ¿por qué habría de sentir que tengo el derecho de decidir u opinar sobre la sexualidad de otros? Y lo digo porque no entiendo a aquellos (muchos, por desgracia) que les importa tanto lo que se hace en las camas ajenas como para  apoyar leyes cuyo único objetivo es reprimir y discriminar. Bueno, la verdad es que sí entiendo, lo hacen por reprimidos, no hay más. (¡Qué lástima! Seguramente nadie les dijo que -haber sido chingado no es excusa para chingar-).
Otro ejemplo:
¿La vida de quién defienden los que están en contra de la legalización del aborto? ¿la del niño que nacerá en un hogar donde no es deseado o que ni siquiera tendrá un hogar? O tal vez defiendan la vida de la pobre mujer que, por la razón que sea, no desea tener hijos, pero que gracias a una estúpida ley se verá obligada a sufrir 9 meses de cambios hormonales (que no es poco), pies hinchados, rechazo social, problemas económicos... horas o días de trabajo de parto (no necesito describirlo, ¿o sí?)... además de unos 20 años de romperse la espalda trabajando para alimentar a un ser que, desde el principio, ni siquiera deseó. O ya sé...  tal vez defiendan la vida de un montoncito de células que vale mucho más que cualquier mujer (para mí es sarcasmo, pero para nuestra sociedad misógina, no estoy tan segura).
No creo en el infierno, pero cuando pienso en todos esos empresarios, gobernantes, "religiosos", asesinos, violadores y narcos (ay perdón, creo que abusé de los sinónimos) que con la más descarada y repugnante impunidad aprueban leyes, firman convenios (que sólo a ellos convienen), despiden personal, violan y matan mujeres (no sólo en Juárez), asesinan, humillan y violan a otros sólo por ser homosexuales o mujeres o indígenas o niños o pobres o lo que sea que crean que los justifica o que los hace menos culpables por ser su víctima alguien "sin importancia", inventan "pandemias", desvían fondos, exterminan pueblos enteros, suben los precios de todo, etcétera... me pongo a desear con todas mis fuerzas que exista el infierno y que se pudran en él todos ellos. Y no sólo cometen atrocidades, sino que además ni siquiera intentan cubrirlas... las restriegan en nuestras caras y se burlan de nuestra estupidez. Estupidez, sí. Porque no nos hemos dado cuenta de todo lo que hacen  y, peor aún, no entendemos el poder que tenemos como pueblo.
Porque somos más, jalamos más parejo ¿por qué estar siguiendo a una bola de pendejos que nos llevan por donde les conviene? y es nuestro sudor lo que los mantiene, los mantiene comiendo pan caliente, ese pan que es el pan de nuestra gente.
Y es que esta canción de Molotov no le queda solo a los mexicanos, le queda a toda Latinoamérica, le queda a África, le queda a Asia... le queda al mundo.
Lo triste es que quien se enoja, quien alza la voz y reclama... es recibido con gritos (en el mejor de los casos), con gases, con rejas o con balas.
Pero aún así, el esfuerzo que hacen muchos es grande, ni qué negarlo. Unos con pegotes, otros con pancartas, otros con su propia voz y otros más con sus cuerpos como barreras... pero todos defendiendo, no ofendiendo (eso que quede muy claro). Y, aunque las voces son distintas, los pasos llevan ritmo diferente y las manos y caras son de diversos colores... a su manera, todos gritan lo mismo: ¡Ya basta!
Ojalá todo fuera lindo, ojalá no hubiera personas muriendo de hambre, ojalá cesaran los gritos de las mujeres siendo torturadas, ojalá no se creyera que la heterosexualidad es una obligación (yo creo que es sólo una opción), ojalá no se pusiera en duda que sólo yo decido por mi cuerpo y sólo tú decides por el tuyo... ojalá... ojalá...
Ya varias veces me había preguntado para qué sirve pensar en la utopía, si sólo es eso, utopía... no había encontrado una buena respuesta, hasta hace poco...
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se recorre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Eduardo Galeano (Periodista y escritor uruguayo)
Ni hoy ni mañana pienso volverme a aguantar las ganas de gritar, exigir y pelear por mis derechos y por los derechos de otros... No te aguantes las ganas tú tampoco. ¡Por favor!

...Y ahora, cuando me dan ganas de mandarlo todo a la mierda, de alzar la voz y gritar que ya estuvo bueno, que ya basta... lo hago. Pero exigir no es suficiente... también hace falta actuar.
Hoy mandaré todo a la mierda... hoy gritaré con fuerza... hoy haré algo para lograr un cambio real... hoy respetaré al que es distinto a mí... hoy exigiré respeto... hoy publicaré esto para que alguién más lo lea... hoy seré la dueña de mi cuerpo... hoy... y mañana también. 

lunes, 12 de abril de 2010

De publicar y otras tentaciones


A veces me pregunto que pasaría si un día me decidiera a hacer TODO lo que se me antoja. Sí, todo. Desde las cosas más insignificantes hasta las decisiones que podrían cambiar mi vida.
Otras veces, cuando tengo un poco más de tiempo, imagino que pasaría si hiciera eso toda una semana, un mes o incluso toda mi vida.
Esa "vida alternativa" que crea mi imaginación, no siempre resulta ser la mejor. De hecho, la mayoría de las veces termino siendo una drogadicta sin hogar o un ama de casa con problemas de autoestima...
Jajaja... no, no es cierto, nunca es tan grave. Pero la verdad, es que estoy casi segura que no sería la mejor manera de vivir.
Es cierto, me gusta complacerme y a veces demasiado. Hago cosas impulsivas y excéntricas de vez en cuando (algunas son más impulsivas que excéntricas y otras al contrario).
¿Un ejemplo?
Pues de repente me entran unas ganas tremendas de saltar y si estoy en clases o en la cola del banco o caminando por la calle... pues ya qué... salto de cualquier modo. Y sí, la gente me ve raro, muchas veces se aleja de mí y muchas otras sonríe conmigo. Supongo que las ganas de saltar no son tan grandes como las ganas de ver la cara de las personas cuando lo hago. Deberían probarlo es tan divertido.
Pero no siempre son ganas de saltar, también de reír, llegar y presentarme muy formalmente, bailar, cantar, recitar un poema, hablar sobre mis clases de fonética... Bueno, bueno, al menos para mí sí es divertido.
Entonces, ¿qué pasaría si hiciera todo lo que se me antoja? y me refiero no sólo a las cosas inofensivas, como saltar, sino también a las cosas que, mínimo, me provocarían una cruda moral.
A veces me dan ganas de publicar (postear) algunos borradores que tengo guardados por aquí y por allá. Escritos con muchas indirectas y algunas directas (o, más bien, al revés), muy depresivos, muy lanzados, muy aburridos, muy personales o muy sexosos.
¿Qué pasaría? Pues no lo sé y tampoco lo sabré. Prefiero no arriesgarme, no quiero terminar viviendo en la calle ni llorando a solas mientras lavo los trastes. Así que por los siguientes,  no sé, digamos "dos o tres años" (hasta nuevo aviso), no haré nada demasiado loco.
(Nótese que dice demasiado, no muy)

lunes, 5 de abril de 2010

La culpa es de las bugambilias


Me caí. Estaba caminando distraída por el olor a bugambilias podridas que había en el ambiente. Intentaba descubrir primero que producía ese olor tan familiar, cuando lo supe, intenté encontrar las flores marchitas y aplastadas en alguna parte del suelo, bajé la mirada y busqué. Primero busqué en la banqueta por donde caminaba, luego más allá, cruzando la calle, más lejos aún... más lejos... nada.
Entonces, como decía, me caí. Y todo por buscar ese rosa oscuro casi negro en el suelo.
Y como buena seguidora de filosofías baratas, intenté encontrar la parte buena de mi maldita caída. ¿El dolor en la rodilla? No, eso no es bueno, nada bueno. ¿La lección: mira siempre por donde caminas? No, eso tampoco, qué flojera mirar siempre.
Piensa, piensa, piensa. ¡Lo encontré! ¡Encontré lo bueno!
Resulta que soy muy chupable. Mi sangre es deliciosa, la recomiendo.

jueves, 1 de abril de 2010

Recordé y sonreí


Cuando yo era niña las noches olían a gelatina. Sí, tenían un olor dulce casi imperceptible.
Jugábamos a los encantados, a las escondidas y a la roña encuatada en medio de unas hermosas noches con olor a gelatina.
Hoy lo recordé y sonreí.