jueves, 2 de julio de 2009

Mi compañera



De arriba a abajo observo la pared de mi recamara, mientras intento recordarme por onceava vez en el mes, que debo decorarla, luce solitaria, necesitada, incomoda. 
Las manecillas del reloj avanzan cada vez más lentamente y yo sigo pensando en mi pared, cómo si su arreglo significara una mejora en mi vida, un paso hacía adelante, un avance. 
No necesito pensar mucho para darme cuenta de que no es la pared la que necesita un cambio, soy yo misma la que lo pide a gritos. Evidentemente me urge un cambio de pensamientos y de actuar, no estoy permitiéndome ser yo misma, no estoy mostrándome a los demás como soy, me estoy haciendo daño.
Me doy cuenta de que los días pasan y yo no reacciono, no me muevo, no busco los motivos para seguir adelante.
Ahí estoy yo, frente al espejo, mirando a esa que me mira, viéndome a los ojos sin reconocerme en ellos, esperando el momento para actuar, queriendo ser sólo testigo y no actor del cambio.
La señal que me ha de despertar, la que busco con la mirada, pero no con las manos, no llega y yo no la salgo a buscar.
La metáfora se repite: estoy sola en mi cuarto, y así me siento en mi vida.
Estoy con ella, por eso estoy con nadie. Estamos juntas en esto, por eso me siento alejada de todos. Puedo sentirla viniendo hacía a mi todo el tiempo. Me acecha constantemente, me atrapó hace mucho tiempo y no me deja ir. 
Puedo notar lo envolvente del tiempo, es un ciclo, todo se repite: ella me atrapa, me caza, hace que me olvide de mi y de todo, pero cuando regreso, cuando volteo y veo lo que ha pasado conmigo durante mi ausencia, todo se repite y nuevamente  soy presa, soy gacela temerosa.
Me lastima, me acompaña y me deja sola. Estoy segura de que puedo dejarla, pero la verdad es que ya no sé si quiero hacerlo... es mi única compañera... la soledad.